domingo, 27 de diciembre de 2020

2020, tampoco ha sido el peor año de mi vida.

Leo noticias de que el 2020 ha sido el peor año de la historia, las redes se llenan de memes que "lo corroboran", la revista Times, etc.


Esto no sé si sonará repipi, pero yo este año he tenido momentos muy malos pero no ha sido el peor año de mi vida. 

Ante todo, he tenido mis necesidades básicas cubiertas, con trabajo, una casa etc. y nadie de mi familia cercana ha salido perjudicado por este virus a nivel de salud física, hasta aquí me siento muy afortunada.

Pero por lo que más afortunada me siento es porque he podido explorar facetas mías que hasta entonces no conocía. Quizá por eso, porque he estado al límite y me ha salido el instinto de supervivencia.

En cuanto al trabajo, ha habido momentos que me sentía aplastada por una marabunta de personas con inquietudes, mis mismas inquietudes que tampoco me sabía responder. 
En plena pandemia: no, no tenemos PCR; si tienes fiebre quédate en casa, pero si no estás grave nunca sabremos si es coronavirus, no hay test para tod@s. "Dra, deme algo para dormir"; "mi padre está ingresado y no sabemos nada de él, cuando lleva horas sin conectarse al Whatsapp me temo lo peor"... sufrimiento por todos lados a todas horas. 

Y yo, que tiendo a culparme de todo, como si la reina del Universo fuera, me ha costado no poder dar salida a esas inquietudes, me ha desgastado mucho decir que NO, que NO lo sé, que NO le hacemos PCR, que NO hay, que NO sé si ya no contagia pero ese es el protocolo...

Recuerdo los días en los que hacía controles telefónicos de COVID19 y todos iban mal, ¡¡¡CADA DÍA enviaba a 2 o 3 al hospital con neumonía!!! (en condiciones normales, en atención primaria quizá envías un paciente A LA SEMANA al hospital, a 2 o máximo 3, y por cosas diferentes a una neumonía). 
Llamar a persona tras persona y que siguieran diciendo que hacían fiebre, que les costaba respirar, que les dolía el costado... era como caer en un abismo sin fondo ¿pero qué coño es este bicho? Por suerte, a finales de abril la gente empezó a mejorar, alguno ya te decía que llevaba 48 horas afebril, ¡qué logro! no sé quién se alegraba más, de verdad. 
Gracias al confinamiento, o mejor dicho, gracias a cada una de las personas que lo hizo. 

Y las ansiedades de la gente... Yo llegaba al trabajo sin haber dormido porque a mis vecinos de arriba que tenían un bar y ya no lo podían abrir les daba por mover muebles a la 1 de la madrugada, quizá esa mañana me esperaban 50 consultas, de gente enferma, seguimientos de COVID19 que un día estaban bien y al siguiente neumonía bilateral e ingreso en UCI, o familiares preocupados que vivían en otras comunidad y querían que les informara de cómo estaba su familiar, gente llorando al teléfono desesperada porque no sabía qué hacer, no podían hacer nada. 

-Tengo ansiedad 
- Y yo también.

Gente que había perdido a su padre y a su madre. Otros que además a sus abuel@s. ¡Algun@s me decían que habían perdido a 5 miembros de su familia!

Gente, personas que no podían ver a sus muertos, que no sabían a quién enterraban, de quién eran sus cenizas.

Recuerdo una mujer que me contaba, que había tenido suerte porque su marido había podido morir en casa, no por COVID19. Pero no pudieron velarlo en el tanatorio. Por suerte, a un hijo le dejaron entrar y ver que, efectivamente, en esa caja estaba su padre, pudo ver que al que enterrarían allí era a él. Recuerdo la tranquilidad de la mujer mientras me lo contaba y vi lo importante que es poder despedirnos de nuestr@s seres queridos, poder decir adiós. 

Pienso que la gente que no se pudo despedir es sufrimiento que se queda en el aire, acumulado en la humanidad y esto lo vamos a ir llevando durante un tiempo.


Yo creo que much@s nos vamos a quedar con un estrés post-traumático de esta época, sobre todo las personas que han visto a gente morir sola, ni me lo imagino.


Y no, no ha sido mi peor época porque he podido ir elaborando estos momentos. He podido poner límites y decir lo que necesitaba, con más o menos eficiencia o atino, pero lo he intentado.

Y he estado mal y se me ha notado, y esto es el paso más grande que he dado yo creo. Se me ha visto mal porque era la realidad, no lo he escondido, ni detrás ni delante de las mascarillas.

Y he sentido la rabia en mis entrañas y la he dejado ahí sin evitarla, otro gran paso.

¡Ya lo tengo! mi logro de este año ha sido dejarme sentir mi mierda. Dejarme ver con lo que había, con lo que sentía, sin adornos.

Y lo mejor, no me siento rechazada, no me siento odiada por la gente de mi alrededor (este es mi miedo, sentirme rechazada si me muestro tal cual soy). Acepto que no puedo ser amiga de todo el mundo y que para serlo, debía pagar un precio muy alto al que ahora no estoy dispuesta, a veces. 

Si algo ha sido este año 2020 ha sido aprendizaje. 





domingo, 15 de noviembre de 2020

LAS MENTIRAS QUE ME CUENTO

He estado pensando sobre las mentiras que me cuento. También lo veo en las redes sociales. 

El enmascarar la dieta con el "estoy comiendo sano" o "hago deporte para sentirme más ágil" cuando sigues pesando la comida o si un día no sales a caminar tienes ansiedad. 

Ojo, si yo veo esto y me fijo en estas cosas es porque a mí también me pasa, se llama proyección. 

Años intentando salir de la cultura de la dieta y de que el número en la báscula no me importe, en muchas ocasiones lo siento así. Pero hay otras veces que, para qué me voy a engañar, no es así y tengo que ser sincera conmigo misma. 

No me peso, pero tengo un pantalón en el armario que sé que si me entra peso 58kg. Y muchos días estoy deseando que me entre y si lo hace, sabré mi peso. 

No me peso cada mañana y no cada día me importa ese pantalón, pero también hay cierta obsesión ahí. Aunque no lo cuente, aunque me de vergüenza admitirlo, está ahí. 

Y hay días que me quedo mirándome la barbilla a ver si tengo menos papada o miro mis pómulos a ver si están más marcados. Y a veces sueño con pesar 55kg, como si eso me fuera a salvar la vida. 

Con el estrés del trabajo y el coronavirus, he llegado a pensar que "por lo menos no he engordado". Da igual si he estado "mal" (ansiosa, inquieta, triste, rabiosa...), lo compensa el no haber engordado. 

A veces me doy vergüenza, pero por eso lo cuento, porque sé que no estoy sola en esto. 

El otro día vi un trozo de una charla con Mireia Hurtado donde decía que cuando consiguió estar muy flaca y vio que después ya no había nada más, entró en una depresión. ¿estar más delgada para qué? ¿para quién?

Pensamientos que a veces están más presentes, otras menos. 

Los días que están menos presentes son los días que me noto tranquila y que me cuido y me nutro. Quizá ese día me coma un donuts o no haga deporte, pero escucho a mi cuerpo y no hay neurosis que me haga sentir mal por lo que hago. 

Me gustaría dar a entender que por muchas cosas y reflexiones bonitas que se digan en las redes, post de gente haciendo deporte, incluso yo posteando comida como si no me importara lo que como, en este proceso nada es lineal. 


Y tú, ¿en qué te mientes? 



domingo, 8 de noviembre de 2020

PEDIR AYUDA: MÁS ALLÁ DEL DIAGNÓSTICO

    Hace un tiempo, una paciente (o usuaria el sistema nacional de salud) me pidió que la derivara a la unidad de trastornos de la conducta alimentaria (TCA), y tras la anamnesis (o entrevista clínica) no me hizo falta mucho para entender su problema con la comida.

 Antes de ir a la unidad especializada tuvo una visita con una psiquiatra fuera de la unidad que consideró que la debían ver en la unidad especializada en TCA. Una vez en la unidad especializada le dijeron que probablemente lo que tenía era un trastorno de ansiedad  que le llevaba a comer compulsivamente y que probablemente no la podrían ayudar allí. 

    Qué desesperación, "no la querían" ni en un sitio ni en el otro. Ella solo quería ayuda. Esto pasa mucho en el mundo de la medicina tan especializado: "esto no es mío, que lo vea otro" y así el paciente se pasa dando vueltas y la casa sin barrer. 

    Me desvío del tema. El caso, con lo difícil que puede ser llegar a pedir ayuda y que no sea nada fácil que te la den. Primero tienen que definir bien la etiqueta que te van a poner y después ya si eso te ayudamos. Que no digo que una etiqueta no pueda ayudar a la ahora de enfocar el diagnóstico, pero el sufrimiento de la persona ya está ahí, da igual el nombre que le pongas. 

    Creo que aquí también entra el estigma social y del colectivo médico con respecto a los TCA: si no pesas 30 kg y no se te notan todos los huesos, no tienes TCA. 

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    Yo nunca fui a pedir ayuda a ninguna doctora ¿no estaba tan grave? Nunca llegué a pesar 30kg aunque sí lo deseaba. 

    Nunca fui, primero porque pensaba que no tenía derecho a pedir ayuda ni a ser ayudada. Segundo, porque me daba vergüenza reconocer lo que hacía (atracones a escondidas sobre todo), incluso reconocérmelo a mi misma. Tercero, pensaba que algún día se iría solo. Cuarto, pensaba que no era tan grave, aunque me hiciera sufrir tanto, al fin y al cabo lo que la gente no ve no existes, ¿no? (ironía).

    ¿Y quien me lo diagnosticó? Fue leyendo los apuntes sobre los trastornos de la conducta alimentaria en la asignatura de Psiquiatría en 5º de medicina donde me di cuenta. Por aquel entonces el trastorno por atracón aún no era una entidad independiente en el DSM*, pero sí que estaba en los trastornos no especificados. 

    *El DSM es ese libro de la asociación estadounidense de psiquiatría que clasifica los trastornos mentales conforme se van descubriendo fármacos nuevos para que ninguna conducta esté exenta de tomar un fármaco para así, seguir lucrando a las farmacéuticas (bueno, quizá esta definición no es la más correcta y tiene un poco de opinión personal, pero para otras definiciones ya está Google). 

    Antes hablaba sobre las etiquetas y el tiempo que se pierde cuando alguien necesita ayuda, pero como seres humanos necesitamos encajar, o por lo menos yo necesito encajar, y cuando leí que lo que me pasaba tenía un nombre, hubo una parte de mí que descansó, aunque aún me quedara mucho por andar. 

    En cuanto al pedir ayuda... cuesta y costó. Me apunté a un curso sobre autoestima y recuerdo que la docente nos dejó su correo electrónico. En aquel entonces la docente era lo más cercano a una terapeuta que yo conocía y sé que hacía sesiones individuales. Me habría encantado pedirle ayuda, en lugar de ello le escribí un correo electrónico pidiéndole bibliografía cuando lo que quería pedirle locamente era  una sesión individual. 

    Al igual que la primera vez que fui a la psicóloga. Ahora soy  fan número uno de la terapia y hablo de la mía sin reparo, pero la primera vez que fui fue porque una amiga me dijo "hasta aquí" y me cogió día y hora con una psicóloga y no me dio opción. Y menos mal. 

    Quizá el no pedir ayuda va enmascarado de orgullo y un "yo no necesito nada" pero eso es irreal. Tod@s somos interdependientes y el necesitar no nos hace peores, al revés. Dejar ver nuestra vulnerabilidad es de valientes, y esta es una asignatura que aún me cuesta. Pero aquí seguimos. 

Me encantaría leer vuestra experiencia con la psiquiatría y el TCA. 


lunes, 27 de abril de 2020

Mi silla vacía de hoy

Sentía una inquietud en mi interior y le he dado voz, me han salido dos polaridades, una que machaca a la otra:
Contexto: salida ayer de lxs niñxs a la calle, puse un post: "Ahora tdxs lxs sanitarixs nos cogemos la baja por ansiedad y que la selección natural haga el resto". 
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Parte juzgona, robótica, de piedra:
-Mira Natalia que se cree todo lo que dicen en la tele (en relación a las salidas masivas de las familias) como si todo el mundo lo estuviera haciendo mal. 
-Ahora te rechazarán porque has dicho algo que te pondrá en contra mucha gente. 
-La gente con hijxs te odiará, ¿cómo te atreves a decir eso?
-Y te crees el centro del mundo pensando que te odiarán si tu opinión no vale una mierda. 
-Y encima tienes que escribir para justificarte y que te quieran, ¿es que no te puedes aguantar?
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Parte vulnerable, la que siente:
-Tengo miedo.
-Sólo me viene a la cabeza las dos horribles semanas que viví (estando en el pico sin  saberlo), donde cada día enviaba al hospital de 2 a 4 personas, algunas en parejas y que estaban muy malitas, las personas que llamaba para hacerles control y que cada día estaban peor, las alarmas por defunción que iban apareciendo...
-Semanas llorando de tristeza, impotencia, rabia...  miedo que se repitan. 
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La primera parte a la defensiva, con el miedo al qué dirán, al qué pensaran de mí, aquella que rige mi actuar pero que ayer al publicar el post dejó de lado y que entonces vuelve con más fuerza. 
La que piensa que tiene que hacerlo todo BIEN para que la quieran, para que la acepten, para no quedarse sola. La que cree que tiene que pensar como todo el mundo y adaptar su discurso según con la persona que esté para que la acepten, cosa que se ha enseñado a hacer muy bien.

La segunda, la parte que no puedo negar, porque los sentimientos los tengo y no me puedo engañar (bueno, por poder puedo porque lo he hecho muchas veces, pero ahora no quiero). La parte que sale más de dentro, del corazón y de las tripas.

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Como observadora (integración):
Las dos partes tienen miedo en el fondo, una miedo al que dirán y a que la dejen de querer, la otra miedo a un futuro incierto que no puede controlar, así que hablan desde el mismo sitio, cosa que me ayuda a entenderlas. 
La del "miedo al que dirán" es la que me crea taquicardia y la sensación de estar suspendida en el aire pudiendo caer en cualquier momento, pero ahí está, la acojo aunque a veces me cueste.
Mi parte vulnerable viene más del ahora, de lo que le está pasando, la otra viene de sensaciones guardadas, de algo que no está pasando ahora. Viene de lo que entendió de niña y que ahora no le ayuda. 

Me doy cuenta de que tengo miedo y que este miedo viene de dos partes, las acojo, no lucho contra ellas ni las pongo a pelear. 

Y hasta aquí mi terapia de hoy. 

No sé quién hizo esta foto, pero me tomo el permiso para retocarla que no se vean las caras

domingo, 5 de abril de 2020

¿Cómo estás?

Tengo dificultades. 
A veces me es difícil saber lo que siento, como si tuviera una soga en el cuello que no dejara pasar los mensajes entre la cabeza y el cuerpo, como si mis sentimientos estuvieran dentro de un búnker cuya puerta es difícil de encontrar, como si tuviera una venda en el corazón. 

Pero el cuerpo me envía señales. Ansiedad. ¿Qué es la ansiedad? En la Gestalt me han enseñado que la ansiedad es la antesala a algo concreto, algo que te está pasando, algo que te está activando por dentro, que llama tu atención. Es un "¡eooooooo! ¡estoy aquí! ¡no pases de mí o te voy a hacer pasarlo mal!". Y ¿qué es lo que está ahí? Ahí está el asunto difícil para mí, detectarlo. 

Confundo la tristeza, la rabia, el miedo...  ¿puedo sentirlo todo a la vez? ¿me lo permito?
Estar con estas emociones no me es fácil. "Si estoy triste no me querrán", "si estoy enfadada creo mal ambiente y me rechazarán", "si no me apetece sonreír y pongo mala cara me odiarán", "si pongo un límite cuando algo me molesta o simplemente porque no lo puedo atender en ese momento... me quedaré sola". 

Y evitando sentir esas emociones he vivido mucho tiempo, intentando sonreír aunque no me encontrara bien, camuflando mi malestar, dejándolo salir sólo cuando estoy a solas, sin que nadie se entere, llorando a escondidas... y como no... intenté hacerlo desaparecer con comida. Atracones, sólo un síntomas. 

En estos momentos me estoy oyendo una voz, una voz que sube de mis tinieblas, desde mi inframundo, desde mis fantasmas, una voz de auxilio: por favor, no me dejéis de querer si estoy triste, si no gasto bromas, si digo que no a un encuentro. No me dejéis de querer si no respondo a vuestras llamadas, si os hablo mal en un momento de estrés. No me dejéis de querer si os pongo mala cara. 
¡Acéptame por favor! Acéptame si no estoy al 100%. Acéptame si no soy útil, acéptame si  no me sale bien el bizcocho, acéptame si no cumplo con mi deber. Acéptame. 

Y con cada límite que pongo, con cada "no" que digo, esa voz se hace más grande y esa soga me aprieta más.
Y buscando la aceptación externa me consumo, y buscando la validación externa me pierdo.

Pero, ¿qué se pide de mí? ¿qué me pido a mí? Hago lo que puedo.
Hago lo que puedo.
Hago lo que puedo.
Hago lo que puedo.
Hago lo que puedo.
Hago lo que puedo, y lo que puedo puede ser diferente cada día.

Y me invalido. Porque hay gente peor que yo, entonces no me puedo quejar. No puedo estar triste porque hay gente peor que yo. No puedo estar cansada porque hay gente peor que yo.
Y así la soga va apretando.

"Mejor ser una máquina, así no siento, así puedo estar al 100%, seré perfecta y así todxs me amarán".
Y así me muero por dentro. Así me alejo de mí. Así pongo capas de hormigón armado en mi búnker, así me deshumanizo, así tengo insomnio, así tengo un brote de Crohn, así me duele la cabeza, así me pierdo.

Y entonces llega el aceptar. Aceptar que puedo tener miedo. Aceptar que no soy autosuficiente. Aceptar que te necesito. Aceptar que me puedo enfadar, aceptar que puedo hacerte daño. Aceptar mi parte oscura, mi sombra. Aceptar mi parte sádica que en ocasiones quiere mandarte a la mierda. Aceptar que a veces me la suda tu puto problema. Aceptar que puedo odiar. Aceptar que a veces siento instintos asesinos y le reventaba la cabeza a más de unx (metafóricamente, no quiero ir a la cárcel por esto). Aceptar que a veces me aburres. Aceptar que a veces sólo miro por mí. Aceptar mi poder de hacer lo que me de la real gana y acoger a esa voz que tiene miedo de que la rechacen.

Pues así revientan mis intestinos.

¿Cómo estás?

Ni triste ni alegre,
Ni mucho ni poco,
Ni débil ni fuerte,
Ni cuerda ni loca. 
Pedro Guerra - Ni todo lo contrario